Marilú Ortiz De Rozas, Texto Exposición Palimpsesto, 2020
(Des)esperanza, maestros y transparencias
Si la historia es la maestra de la vida, Historia est magistra vitae, y la práctica hace al maestro, Usus magister est Optimus; hay creadores que hacen de estos dos principios, vigentes desde la era romana, su cometido artístico y existencial. Es el caso de Margarita Garcés, una infatigable exploradora de lenguajes, signos, y arquitecturas pictóricas, que hace un cuarto de siglo engendra una obra genuina, atingente y en perpetua renovación.
No ha seguido el camino fácil del creador autocomplaciente, del artista satisfecho de sus logros. Ella, cada vez que conquista una cima, mira al horizonte para buscar una nueva montaña que ascender, nuevos motivos y recursos plásticos que conquistar. Pero siempre mirando de frente el mundo que habita, tomando el pulso a la contingencia que nos revuelve las entrañas como humanidad. Así, la obra que entrega, siempre en los códigos de la abstracción, se lee desde la perspectiva de nuestros tiempos, que interpela.
A la vez, “Homenaje al maestro” podría ser un buen subtítulo para esta nueva producción de Margarita Garcés, en la que rinde tributo al profundo cuestionamiento filosófico y a los imperativos de una creación comprometida aportados por Roberto Matta. Él, mediante su Teoría de los Grandes Transparentes y su Cubo Abierto invitaba a los espectadores a no contentarse con simplemente mirar una obra, sino a aventurarse a iniciar un viaje con ella hacia las zonas remotas de la conciencia que rara vez visitamos.
En éstas se alojan verdades básicas de nuestra sociedad contemporánea, que él supo detectar en su época, y que hablan de un progresivo deterioro de las facultades de empatía y comunicación de los seres humanos, y a una predominancia de la verdad absoluta. Una diferente que todos proclaman al unísono y sin esperar retorno alguno sino el de su propio eco, simultáneo, cacofónico.
Seres cada vez más aislados, tras esa comunicación fallida, que Margarita plasma en los elementos que adhiere a sus obras: tramas y mallas que ocultan su virtuosismo pictórico, que impiden la anhelada transparencia, que entorpecen la apertura del Cubo. Mas, éste es translúcido; bastaría con querer acercarse para ver y entender (al otro).
Por eso, es un mensaje de esperanza, arrojado en una botella, en plena tormenta celeste, en la cual cielo, mar, bosque, estrella, mapa y río se confunden y cabalgan al ritmo vertiginoso de un tiempo continuo pero fungible, como bien lo sugiere y advierte su obra.
MARILÚ ORTIZ DE ROZAS